El presidente Morales sobrepasó las expectativas que tenía Chile (y los bolivianos también), en relación al tono del discurso que debía pronunciar el 23 de marzo. Todos esperaban que el Mandatario boliviano vocifere más de lo que ha estado haciéndolo últimamente sobre la demanda marítima, pero nadie imaginó que patee el tablero de la forma cómo lo hizo, con nada menos que una amenaza de recurrir a los tribunales internacionales para que... (así lo piensa Evo Morales), “los chilenos nos devuelvan el mar arrebatado hace 132 años”.
Nadie puede asegurar en este momento si la estrategia es buena o mala. La discusión está en las motivaciones que llevan al Gobierno del MAS a realizar un planteo tan radical y sobre todo, a analizar si los diplomáticos bolivianos están en condiciones de hacerle frente a sus pares chilenos, de una larguísima trayectoria en el manejo de litigios internacionales, de sólida formación y una férrea doctrina basada en políticas de Estado forjadas y consolidadas a lo largo de la historia de la república vecina.
Hace unos días, nada menos que el cónsul General de Bolivia en Chile, Walker San Miguel, se refería públicamente como un “río” a las aguas del Silala, error imperdonable en alguien que asume un cargo diplomático tan delicado. Con representantes internacionales como éstos, del mismo nivel de los que propiciaron aquella apabullante derrota acaecida en Cancún durante la Conferencia del Cambio Climático o como esos que le sugirieron al presidente Morales, mezclar medio ambiente con pollos, homosexuales y Coca-Cola, ya se puede anticipar los resultados de una virtual disputa jurídica en los tribunales de La Haya, donde además de profesionalismo, se requiere consistencia, conocimientos y argumentos que vayan más allá de las arengas quejumbrosas que suelen repetir nuestros representantes en cada evento internacional al que asisten.
¿Qué ha motivado al Presidente a llevar las cosas al extremo con Chile? En primer lugar, el Gobierno le debe una convincente explicación a la población boliviana, a la que se entusiasmó con aquello de la diplomacia de los pueblos, los 13 puntos, el diálogo y la construcción de confianzas. ¿No era que se había avanzado y que faltaba poco? ¿Cómo se puede pasar del amor al odio de un plumazo? Eso sucede continuamente dentro de la politiquería barata que se practica internamente, pero no suele ocurrir en el contexto de las relaciones internacionales, a menos que el Gobierno hubiera mentido descaradamente y se hubiera prestado durante cinco años al zigzagueo chileno, por razones que hasta ahora nadie alcanza a comprender.
Resultaría preocupante que el presidente Morales apele a la amenaza contra Chile como un mero recurso de “galtierización” de su mandato, acorralado por una grave crisis económica, la pérdida de legitimidad y una insuperable falta de credibilidad. Insistimos: el hecho de recurrir a los tribunales internacionales puede ser la estrategia correcta, pero en manos de un Gobierno que simplemente busca cómo salir del paso a través de un artilugio mediático, es llevar el tema marítimo a un escenario mucho más peligroso que el consolidado con el Tratado de 1904. Perder en La Haya significará olvidarse del mar para siempre y sin derecho a apelación.
El hecho de recurrir a los tribunales internacionales puede ser la estrategia correcta, pero en manos de un Gobierno que simplemente busca cómo salir del paso a través de un artilugio mediático, es llevar el tema marítimo a un escenario mucho más peligroso que el consolidado con el Tratado de 1904. Perder en La Haya significará olvidarse del mar para siempre y sin derecho a apelación.
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