Qué lindo sería…

Qué lindo sería que alguna vez Bolivia decida cambiar, que sus gobernantes digan la verdad y los ciudadanos estén dispuestos a aceptarla; porque no es tanto que los políticos sean mentirosos, sino que a todos nos suelen gustar los “cantos de sirena”.

Nos gusta, por ejemplo, escuchar que nuestro país no tiene salida al mar, que estamos condenados a vivir enclaustrados, sometidos por un designio histórico, por el abuso de un invasor y todo eso. Nos gusta que nos hagan llorar y enojar; hacer el papel de víctimas ante el mundo y gritar a los cuatro vientos que somos pobres porque no tenemos un puerto en agua salada.

Qué lindo sería que sean sinceras las palabras del vicepresidente García Linera, que el otro día mencionó a Puerto Busch como alternativa comercial de Bolivia, para deshacernos de ese abuso de 1879 que se repite todos los días cuando Chile nos maltrata a su gusto y, como si nos gustara, continuamos encadenados a los puertos del norte chileno.

Hemos hecho poses en Ilo, en Rosario y también en Uruguay, donde alguna vez surgió una posibilidad, pero nunca pasó de la amenaza y es probable que ocurra lo mismo con lo que hoy se plantea en respuesta al enésimo bloqueo fronterizo que paraliza el 80 por ciento del comercio exterior boliviano que depende de una sola ruta. Un crimen, sin lugar a dudas, pero es igual de grave no buscar una salida que nos ayude a recuperar la otra soberanía, la que depende exclusivamente de nosotros mismos.

Los que nunca se atreven a patear el tablero de las taras bolivianas, tal vez piensen que si Bolivia decide construir su puerto en el río Paraguay, explotar la hidrovía y lanzarse de lleno hacia el Atlántico, el sueño de recuperar el litoral cautivo se irá esfumando. Tal vez crean que la mejor salida es seguir inermes, continuar reclamando en todos los tribunales y foros posibles, mantener las venas brotadas cantándole al mar y explotando el caballito de batalla con fines políticos y mientras tanto, seguimos en las mismas.

Justamente ahora que el país está embarcado en un proceso judicial en La Haya y cuando existen grandes expectativas de conseguir un resultado positivo, resultaría altamente oportuno ponerse manos a la obra en Puerto Busch. En el supuesto caso de que recuperemos el acceso al Pacífico, Bolivia estará en condiciones de desarrollar dos importantes polos en los dos océanos, pasando a ser la única nación del Cono Sur en conseguirlo. El impacto sería formidable. Y si la respuesta es adversa y nos condena a seguir esperando, mucho más importante todavía, pues nos ayuda a presionar a Chile y nos evita el estrangulamiento.

Pero qué lindo sería que este tema sólo se trate de una salida al mar (que ya la tenemos), de comercio o de pensar en el desarrollo del país. El mayor problema de Bolivia no son esos, pues todos saben del potencial que existe en Puerto Busch y su área de influencia; todos saben de la transformación que eso implicaría para la región y para la nación en su conjunto. Son los centralistas, que en su inmensa mezquindad no dejan que eso ocurra. Son ellos justamente los que nunca dejarán que nuestro país llegue al mar, ni al Pacífico, ni al Atlántico.

Ojalá sean sinceras las palabras del vicepresidente García Linera cuando menciona a Puerto Busch como alternativa comercial de Bolivia, para deshacernos de ese abuso de 1879 que se repite todos los días cuando Chile nos maltrata a su gusto y, como si nos gustara, continuamos encadenados a los puertos del norte chileno.