viernes, 14 de febrero de 2014

Este 14 de febrero se cumplen ciento treinta y tantos años del desembarco de tropas chilenas en Antofagasta. El escamoteo de lo que quedaba de la costa atacameña boliviana, fue tan fácil como quitarle el chupetín a un niño. Me aparto de mitos de héroes –la niña ocultando la bandera nacional para salvarla de vejamen de la chusma chilena– porque marean la imprevisión nacional de una agresión avisada desde que desbarataron la Confederación Perú-Boliviana, 40 años antes de 1879. (Art. suscrito por Winston Estremadoiro)

Ingresé al terreno de la ciencia ficción lúdica sobre una hipotética guerra entre Chile y Perú, tan en boga hoy con el auge de los juegos electrónicos. Lo propició conjeturar sobre un conflicto entre esos dos vecinos, en el fuego nutrido de artillería verbal en ambos países, previo al fallo sobre límites marítimos de la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
¿Existe el revanchismo peruano? Claro que sí. Perú está dividido entre revanchistas y resignados. Pocos saben que en el período 1973-1975 estuvieron al borde de la guerra. En efecto, estaba Perú en auge económico y un militar golpista presidía el mayor rearme de su país, mientras Chile sufría la baja cotización de sus minerales. Poco faltó para que un golpe de mano peruano intentase recuperar Arica y el territorio hasta la Quebrada de Camarones o la caleta Vítor; tal eventual rescate enturbiaría la meta boliviana de acceder al mar por tierra antes peruana. Sin mayor detalle, desde entonces una tajada de los ingresos chilenos por el cobre, en gran parte extraído de territorio antes boliviano, mantiene aceitada su máquina de guerra. Chile está dividido entre guerristas y pacifistas. 

Otro reverbero de la previsión chilena ante el revanchismo peruano fue el Abrazo de Charaña entre Pinochet y Banzer. Tal vez lo rescatable de tal argucia para aplacar al tercero en discordia, fue que el agresor de 1879 reconociera que hay un tema pendiente con la ingenua Bolivia: el acceso soberano al mar por un cordón umbilical al Pacífico, por territorios que fueran peruanos. Lo importante es destacar que tanto Chile como Perú apelan a jugar la carta boliviana y su lamento marítimo, cuando les conviene.
          
En un artículo más reciente, impresionó que Bolivia no figurara, así fuera a nivel de peón, en el choque de caballos, alfiles, torres y reinas en tal tablero de ajedrez. Más aún, un párrafo alusivo fue despectivo: “Hay que pensar, desgraciadamente, que Bolivia (con este o cualquier presidente) no es confiable para nadie, sin ánimo de ofender (aunque ofenda), tienen una historia guerrera desleal, poco valiente y perdedora. Recordemos El Chaco, contra Paraguay, y la Guerra del Pacífico, donde pusieron una defensa meliflua.” Lo dijo un destacado intelectual peruano, quizá al calor de larga sesión de vinos trasandinos y delicias gastronómicas peruanas, con otro experto, notable por ejercer asesoría de varios mandatarios chilenos, incluido el ‘pato cojo’ Piñera. 
Este 14 de febrero se cumplen ciento treinta y tantos años del desembarco de tropas chilenas en Antofagasta. El escamoteo de lo que quedaba de la costa atacameña boliviana, fue tan fácil como quitarle el chupetín a un niño. Me aparto de mitos de héroes –la niña ocultando la bandera nacional para salvarla de vejamen de la chusma chilena– porque marean la imprevisión nacional de una agresión avisada desde que desbarataron la Confederación Perú-Boliviana, 40 años antes de 1879.
Incluso lo que restó de costa después del tratado que firmó Melgarejo, tenía potenciales puertos mayores –Antofagasta, Mejillones, Tocopilla, Cobija– de acceso al mar que se reclama hoy en día. El ‘Capitán del Siglo’, dejó la puerta entreabierta a la ambición chilena con medianería en imaginario paralelo. Una década más tarde, por un simple lío tributario Chile se quedó con el mar boliviano y con el mayor botín de riquezas obtenidas por un país a través de la guerra, según el peruano José Antonio García Belaúnde.
 Hoy es una realidad el dictamen vinculante de La Haya sobre límites marítimos de Chile y Perú. Se aplaca a guerristas y a revanchistas de sus países, en un contexto de avances de la Alianza del Pacífico. Es una alternativa geopolítica a la ALBA, que en el fondo es argucia del castrismo injertado en bonanza petrolera venezolana y del Foro de San Pablo. La pugna real es el liderazgo latinoamericano entre México y Brasil, pero ésa es harina de otro costal.
¿Qué debe hacer Bolivia? Ser pragmático en sus relaciones con Chile y Perú, que los países tienen solo intereses, no amigos. Digan lo que digan, el uno puso el candado; el otro tiene la llave del acceso soberano al mar. Un eventual cordón umbilical al norte de Arica, aún con instalaciones portuarias inmensas, no será suficiente para las necesidades de una Bolivia progresista. De todas maneras, el progreso del sur peruano y el norte chileno, y el movimiento de sus puertos, están ligados al progreso boliviano.
La clave es un giro de 90º en la relación bilateral con Brasil, que necesita llegar a mercados asiáticos por puertos chilenos y peruanos. Jugar la carta brasileña con juicio y realismo. Y cultivar el afecto del sur peruano.
Si Iquique es origen de contrabando a Bolivia, cáiganle a los matuteros del altiplano y a los venteros de fruta chilena regada con agua desviada del río Lauca. Si la lucha contra el narcotráfico y el contrabando es un esfuerzo nacional, pongan a milicos a reprimir esos flagelos; quizá les irá mejor que resistiendo una eventual invasión chilena (o peruana).
Si Arica clama por ayuda de Santiago cada vez que un camión de soldados peruanos viaja de Lima a Tacna, también es real que casi 90% de su ajetreo económico deviene del comercio boliviano. Hay atisbos de una política de Estado en la decisión del Gobierno de mejorar carreteras a puertos peruanos. Ojala se hagan inversiones portuarias en Ilo. La meta no es reemplazar al puerto de Arica, ¿pero no afectaría a los ariqueños si el comercio boliviano se redujese a la mitad?I

domingo, 9 de febrero de 2014

Cayo Salinas, notable jurista cochabambino coincide con Carlos Mesa, "Chile no es invencible. Chile no es invulnerable". refiriéndose al fallo de La Haya sobre el litigio Chile Perú, añade también falla sobre Rurelec, aunque a Evo no le guste, pero no hay forma de desconocerle. O se aceptan los fallos o no se aceptan, son una unidad, el Tribunal es uno solo. no cabe duda alguna.

Respecto al epígrafe, dos eventos han sucedido en los últimos días que merecen atención. El primero de ellos, el fallo proferido por la Corte Internacional de Justicia de La Haya en torno a las diferencias suscitadas entre Chile y Perú sobre límites marítimos y, el segundo, un Laudo Arbitral emitido por un Tribunal de la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya donde se estableció que el Estado boliviano debe pagar una suma dineraria en favor de la empresa Rurelec.
Ambos, no tienen relación entre sí en términos de sujetos procesales, a no ser por sus efectos respecto al discurso que el Gobierno abandere en relación a cómo afrontar decisiones de tribunales extranjeros.
Por un lado, considero altamente auspicioso el resultado de La Haya en relación a la contienda chileno peruana, más allá de las interpretaciones que surjan respecto a qué postura fue la más beneficiada, es decir,  si Chile mantiene el aérea marítima más rica  pese a perder territorio marítimo, o si Perú fue el vencedor considerando la declaratoria de procedencia de la mayoría de sus pretensiones. Independientemente de la vinculación y precedente histórico que pueda haberse establecido, existe un aspecto que es vital a la hora de analizar la sentencia.
Me explico. Chile dejó de ser intocable y como consecuencia de la decisión, pasó a ser un país vulnerable al que se le ha restado una parte de su territorio, lo que da pie a considerar que en igual sentido, cuando deba proferirse el fallo en torno a la demanda boliviana, pueda suceder igual cosa bajo la óptica de que la postura esgrimida por nuestro país es la correcta. En otras palabras, Chile dejó de ser un país invencible en términos diplomáticos y se ha puesto en igualdad de condiciones en términos jurídicos. Ese factor debe alentar la procedencia de nuestra acción y merecer, de aquí en adelante, habilidad y prudencia.
Inmediatamente después, hemos tomado conocimiento de un fallo arbitral, emitido por la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya, que es competente para dilucidar controversias que surgen de tratados bilaterales de protección de inversiones extranjeras. La decisión arbitral ha ordenado el pago de sumas dinerarias en favor de la demandante por la nacionalización de Guaracachi. En términos procesales, cabe que Bolivia pida una interpretación del laudo arbitral, habida cuenta que éste es de cumplimiento obligatorio de acuerdo a reglamento.
Dos precisiones. La primera: el laudo arbitral ha establecido una suma considerablemente menor en contra del Estado boliviano al pretendido en la demanda, lo que me hace presumir que la sensación de la demandante no ha sido la mejor una vez conocido el resultado y, la segunda, como están las cosas, Bolivia debe pagar y dar muestra de que respeta las decisiones de tribunales internacionales, más cuando existen razonadas probabilidades que la demanda contra Chile pueda ser favorable a nuestros intereses. No olvidemos el principio que manda que las obligaciones que surgen de los contratos internacionales y/o tratados, emergen del alcance del pacta sunt servanda, que no es otra cosa que el compromiso de cumplimiento de lo pactado.
El Estado boliviano no puede  tener dos discursos en relación al principio de acatamiento de fallos extranjeros.  Peor aún, no puede alentar el cumplimiento de uno, denostando al otro por no ser favorable. El concepto y el principio es uno solo. La señal que se dé, debe ser consecuente con aquello. Debe quedar claro que nos estamos jugando nuestro enclaustramiento. 

domingo, 2 de febrero de 2014

no había sido "tan así. Chile no es invulnerable. ni puede desatender razones" ahora se abre a Bolivia o tendrá grandes dificultades en lo interno y en lo externo. dostiene Carlos Mesa al analizar el fallo de La Haya que favorece a Perú con menoscabo de Chile, pese al costo supermillonario de un juicio de 8 años.

De aquí al próximo lustro hay dos caminos entre Bolivia y Chile; La Haya y una negociación bilateral que se haga en el ínterin. ¿Es el segundo camino una ingenuidad? No, es una opción práctica e inteligente que ambas naciones debieran ensayar una vez más, a pesar –o precisamente por– el juicio.
Superficie y profundidad. El fallo y sus consecuencias jurídicas, el impacto psicológico sobre los concernidos, la percepción de opinión pública. La celebración de la victoria, las preguntas sobre la derrota...
Se pueden hacer muchas consideraciones a propósito de la naturaleza y dimensión exacta del litigio peruano-chileno, sobre la mayor o menor gravedad del fallo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ), sobre sus efectos reales… sí, pero, como en la guerra, en un juicio las partes buscan que sus razones sean escuchadas y aceptadas por el tribunal con el objetivo de favorecer su causa, es decir de ganar al otro litigante. Es pues una cuestión de ganar o perder. 
A nadie se le escapa, más allá de los matices, que Perú ganó la batalla jurídica en La Haya por mucho que los jueces hayan hecho lo posible porque la nación perdedora, Chile, preserve un espacio de soberanía plena en su mar territorial adyacente (12 millas). Para ello mantuvieron la línea paralela que da continuidad a la frontera con el Perú (línea de la Concordia)  y una zona económica exclusiva con el mismo trazo sólo sobre 68 millas hasta sumar un total de 80. A partir de ese punto, la CIJ reconoció plenamente la demanda peruana trazando una línea perpendicular que le otorga a Perú una zona económica exclusiva de 22.000 km2 y una proyección adicional de otros 30.000 km2. Con su decisión la Corte se guardó no modificar la proyección del mar territorial de Chile, sin duda el punto más sensible, porque afecta a la soberanía directa de las naciones litigantes (es allí donde la CIJ prefirió no meterse en honduras).
A efectos del interés de Bolivia, la sentencia nos permite subrayar la complejidad del término soberanía, pues si bien es verdad que Chile no perdió territorio continental ni mar territorial, sí perdió un espacio marítimo en el que ejercía un tipo de soberanía muy importante, la económica. El término Zona Económica Exclusiva se refiere a ello. Como suele ocurrir con los espacios geográficos en disputa, lo que está en juego son intereses económicos, en este caso la gran riqueza pesquera que ese triángulo tiene. Ese espacio es hoy peruano. El pequeño gran detalle es que la idea de pérdida territorial trasciende la soberanía clásica, concebida exclusivamente en la superficie terrestre. Visto así Chile perdió entre 20.000 y 50.000 km. de una zona marítima en la que de hecho ejercía una forma de soberanía. El consuelo cínico de algunos chilenos podría ser que el precio pagado por todo el territorio que le arrebataron al Perú en la Guerra del Pacífico es más que modesto.
Para Perú, pero sobre todo para Bolivia, se pone en evidencia una realidad que parecía un axioma inamovible; que la política exterior chilena ni es perfecta ni es invencible. Un país que en pleno siglo XXI enfrenta juicios internacionales con dos de sus tres vecinos, tiene una lectura cuando menos cuestionable de su vinculación geográfica inmediata. Mientras hace efectiva su inserción en la globalización traducida en un rosario de acuerdos bilaterales con decenas de países del mundo, sigue bloqueando con Bolivia las posibilidades de un desarrollo armónico y de beneficio mutuo.
El fallo, adicionalmente, debe plantear a los gobiernos chilenos algo que recibirán de su propia opinión pública, una sensación de agotamiento, no sólo sobre la esencia misma de su enfoque en las relaciones con sus vecinos, sino especialmente sobre el imperativo de terminar de una vez y para siempre con esos conflictos centenarios. Lo ocurrido con Perú es eso, el cierre -aparentemente definitivo- de una página traumática y dolorosa vinculada al pasado común. ¿Hasta cuándo Bolivia? Es la pregunta consecuente para nuestro vecino del sur.
La Haya le ha demostrado a Chile que no hay nada escrito en piedra, que no es verdad que no se puede tocar ni se tocará un solo centímetro de su territorio, y que la solución de sus controversias cuesta incalculablemente menos que su vigencia.
En ese contexto, hay una premisa básica que no debemos cansarnos de recordar. No existe posibilidad alguna de cerrar la página boliviana sin incluir la palabra soberanía plena en el acuerdo. Y conviene apuntar, para quienes tienen memoria frágil, que Bolivia no exige la restitución del territorio cercenado, sino menos del 3 por ciento de los 120.000 km2 de superficie y los 400 km lineales de costa que poseía. Si nos atenemos al fallo en cuestión y recurrimos otra vez al eventual cinismo que podrían ensayar determinados sectores de Chile, el precio a pagar justificaría sobradamente lo ganado con el guano, el salitre y el cobre que –frase hecha pero muy ilustrativa- fue y sigue siendo el sueldo de Chile.
De aquí al próximo lustro hay dos caminos entre Bolivia y Chile; La Haya y una negociación bilateral que se haga en el ínterin. ¿Es el segundo camino una ingenuidad? No, es una opción práctica e inteligente que ambas naciones debieran ensayar una vez más, a pesar –o precisamente por¬– el juicio.