Desde que el Sr. Presidente en su discurso conmemorativo del Día del Mar, declaró que Bolivia elevaría su demanda a un tribunal internacional, sobre una salida útil y soberana al Océano Pacífico, se reavivó en entusiasmo y la ilusión por el retorno de Bolivia al mar. Ahora bien, como el mensaje presidencial propuso el tema por la vía judicial y no por la “Agenda de los 13 puntos”, que la Cancillería venía negociando con Chile, levantó un tsunami de opiniones contradictorias. La disyuntiva está en si es mejor dejar de negociar con Chile en un diálogo de sordos, “per saecula saeculorum”, o recurrir directamente a un a un tribunal internacional de arbitraje.
Les confieso que durante estos últimos días he leído casi todo lo publicado en los periódicos sobre el controvertido discurso del Sr. Presidente y los subsiguientes comentarios de la prensa. He visto que el Gobierno ha puesto en alerta a sus movimientos sociales – comités políticos del MAS. No creo que sean los más apropiados para emitir opiniones sobre tema tan complejo como la reivindicación marítima. En cambio, estoy convencido del acierto en convocar doctos historiadores, experimentados diplomáticos y otros intelectuales e incluso políticos con buena formación histórica y jurídica. También he leído los comunicados de algunos partidos que han hecho notas que el tema marítimo es una cuestión de Estado y que no debe utilizarse como distractivo para entretener a la opinión pública frente a los problemas de la escasez, los derrumbes y el mal gobierno.
Creo firmemente en el derecho de los bolivianos a poseer y disfrutar de una costa en el Pacífico. Pero estoy convencido de que Chile, tal vez dispuesto a conceder algunas ventajas en sus puertos marítimos, no cederá ni un solo palmo de so-be-ra-nía. En estas cuatro sílabas está el nudo más apretado del enredo. Así las cosas, todavía me atrevo a insistir en que la desinteligencia entre los dos países, más el Perú, sólo podrá llegar a un acuerdo pacífico, firme y duradero, cuando se ponga a un lado el concepto estricto de soberanía y, en su lugar, se hable en términos de integración, globalización, fraterna cooperación, ayuda mutua, esfuerzo conjunto, beneficio recíproco, tranquila convivencia y otra ideas del mismo género.
Vista la realidad ponderable y tangible de los estados nacionales de este siglo, la palabra soberanía suena metafísica. La idea que he tratado de explicar no es una quimera. Y pongo por testigo a la Unión Europea que ha sacrificado importantes componentes de la soberanía de cada uno de los estados asociados. Pongo dos ejemplos: la moneda y los ejércitos. En Europa ya no circulan francos ni marcos ni pesetas, sino euros. Los ejércitos europeos que en los siglos pasados se masacraron sin piedad, hoy se encuadran en unidades de alemanes, franceses, españoles, británicos bajo un comandante general sueco o noruego, por ejemplo. Ceder soberanía es posible y, en muchos casos, conveniente y provechoso. Confío en que abundan los bolivianos, los chilenos y los peruanos que se sumarían a esta causa si encontraran un abanderado más poderoso y atrayente que el aquí suscrito.
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