Después del quinquenio bobo (2006-2011), cuando nos enredamos en una agenda que no resolvió nada y que le dio un gran respiro a Chile, tan agradecido por la presidente Bachelet, parece, en vista lo dicho por el canciller Moreno, que se abriría una nueva posibilidad de limar asperezas y de aproximarnos a un diálogo en base a una solución marítima que incluya soberanía. La sola mención de la palabra soberanía demuestra que en La Moneda podría haber un cambio que mire de frente la realidad y no desconozca más de un siglo de ofrecimientos chilenos, basados en soberanía, desde 1895.
A lo expresado por Moreno se agrega una voz de la oposición, la de Marco Henríquez-Ominami, que es crítico de la actual conducción internacional de Chile en el tema marítimo, y que aboga por volver sobre los pasos de Charaña. Esta vez se trata del criterio de un opositor de peso, con posibilidades de llegar a la presidencia, y no como otros jefes políticos opositores chilenos que nos han respaldado – igual lo agradecemos – pero sin ninguna influencia en la opinión pública.
Lo que dice Enríquez-Ominani es que Chile no debe dejarse llevar a la Corte de La Haya por Bolivia. Que es suficiente con estar pleiteando con Perú allí. Y siendo una víctima de la dictadura del general Pinochet – su padre fue asesinado entonces – afirma que el camino a la solución es el de 1975. “Creo que no es aceptable que la democracia chilena esté por debajo de la dictadura en el tema marítimo. En la dictadura se llegó más lejos en este tema que en democracia”, afirmó.
Que así sea, diríamos nosotros. Porque si Bolivia utiliza lo de La Haya como una presión, vaya y pase. Pero si vamos a la Corte Internacional de Justicia de La Haya y fracasamos, entonces podemos olvidarnos para siempre del mar o tener que esperar otro siglo para que la comunidad de naciones vuelva a tener algún interés en nuestra demanda. Un fallo negativo de esa Corte, nos liquidaría, de ahí que si se abre una posibilidad de dialogar, es mejor hacerlo.
Ahora bien, toda negociación tiene que resolverse en base a una salida soberana al Pacífico. Chile debe demostrar su voluntad política de llegar a un acuerdo sincero y definitivo. Sin voluntad política, no hay nada de qué hablar. Que no vuelva a suceder lo de Charaña, con Perú, cuando ante la astuta y esquiva respuesta peruana, Chile levantó las manos y nos dejó en la estacada. El asunto del veto peruano tiene que solucionarlo Chile porque es firmante del Tratado de 1929 y no Bolivia que ha sido su víctima. Si el arreglo es por el norte de Arica, que los chilenos nos demuestren que son dueños de ese territorio y que no piensen que Bolivia va a sacarles las castañas del fuego.
Desde 1895, pasando por la abortada proposición de Frank B.Kellog en 1926, y siguiendo con las notas del 50 y las negociaciones de 1975, siempre se habló – y se acordó a nivel diplomático – que la solución sería a través de un territorio soberano. Es inconcebible que el actual gobierno chileno haya dicho ahora que el término “soberanía” no está en el diccionario de su Cancillería.
Pues bien, Chile siempre ofreció soberanía en la costa a cambio de una compensación. En Bolivia ya se ha dicho que como compensación es más que suficiente con los 400 km. de costa y los 150 mil km. cuadrados cedidos en el Tratado de 1904. Es absolutamente cierto lo anterior, pero no sirve para negociar un puerto. Entonces se pensó en compensaciones económicas primero, se supuso que podrían ser en aguas del altiplano después, y, finalmente, en un canje territorial.
Como nación pobre, jamás vamos a poder compensar con materias primas a Chile. Tampoco podemos tocar las aguas del altiplano por los intereses de Perú en la cuenca del Titicaca. Lo que tenemos es territorio. Es la única compensación que no nos hipotecaría eternamente y donde Bolivia quedaría con su misma extensión pero habiendo logrado su objetivo. Chile no perdería territorio y zanjaría su pleito con Bolivia recuperando una amistad que no ha podido obtener pese a la diplomacia de “confianza mutua” del quinquenio bobo, que por el contrario, insólitamente, dio como resultado que una mayor cantidad de chilenos estén ahora en contra de una solución con Bolivia.
De momento no vemos en Chile una voluntad de solucionar el problema boliviano. Hay soberbia, qué duda cabe. Sin embargo, puede que con una próxima administración, La Moneda ponga los pies sobre la tierra y reconozca sus compromisos diplomáticos con Bolivia. Resulta ahora que no había sido nuestro país el único que se olvidaba de cumplir con lo acordado. Si se dice que Chile tiene una política de Estado en lo que hace a sus relaciones internacionales, que no incumpla eso justamente a nuestra costa. Si la diplomacia chilena es tan profesional y seria como se dice, no se puede comprender cómo va a desconocer a estas alturas del siglo XXI lo que ofreció en el siglo XIX y XX. Eso no es tener una línea de política internacional: eso es improvisación pura y simple.