La revista Cosas ha hecho una extensa entrevista al señor Jorge Canelas en la que el cónsul se refiere –con la habilidad propia del diplomático chileno– a varios aspectos sobre las relaciones o no relaciones entre Chile y Bolivia, como la agenda bilateral que es muy amplia, pero –dizque– hay que ampliarla más todavía; que el tema marítimo no está en sus atribuciones, sino en niveles superiores; la racionalidad económica; la importancia de la estabilidad, etc.
Llama la atención el manejo que hace del concepto del ‘pasado’ sugiriendo que hay que dejarlo de lado para avanzar en un futuro entendimiento. Sostiene el cónsul que, para entablar una relación “absolutamente normal” entre Chile y Bolivia, ésta no debe estar “alterada por las percepciones del pasado”. Añade que “hay que ser bien claros en decir que no podemos, como vecinos, pensar eternamente en el pasado”.
El pasado es una referencia a un tiempo anterior al presente que, además, lo condiciona y sobre el cual se planifica y se construye el futuro. El pasado y el presente son realidades; el futuro es una conjetura. La historia estudia el pasado, entendido éste como el conjunto de acciones trascendentes que alteran o impulsan un proceso social, político e incluso económico.
Las relaciones entre Chile y Bolivia tienen pasado y presente; el futuro está por venir. Bolivia, desde su emergencia republicana, contó con un acceso soberano al océano Pacífico que le permitía augurar un futuro desarrollo en beneficio de su población. Ese proceso de expectativa fue alterado por la invasión chilena de nuestro territorio cuyo resultado final –además de sustraer 120.000 km2 de territorio– fue el impulso del desarrollo del país invasor y nuestro enclaustramiento forzado.
El presente se nutre de ese pasado. Por eso la inclusión del tema marítimo en la agenda. Por eso, la propuesta del canciller de una hoja de ruta concreta para avanzar en el tema en la próxima reunión bilateral. Estos temas no alteran una posible e incierta relación normal; todo lo contrario, son las que le dan contenido, pues la reparación de las injusticias, producto del pasado, son las que fortalecerán el presente y alimentarán un futuro compartido, dentro de un marco de equidad. Los bolivianos no podemos dejar de pensar en el pasado, porque el pasado, debido a la angurria de un vecino, nos ha sumido en una suerte de minusvalidez internacional, pues nos ha cercenado el acceso a un litoral propio.
Para el vencedor es cómodo sostener, y decirlo bien claramente, que no podemos seguir pensando en el pasado… así se olvida el elemento generador de una de las más grandes injusticias en la historia de este hemisferio y que hace que nuestras relaciones no sean precisamente normales. Para los bolivianos, y para una gran parte de chilenos, este asunto sólo puede resolverse con una reparación histórica, es decir, con un desagravio del pasado.
Dicen los psicólogos que una buena manera de eliminar el complejo de culpa –el hecho de haber ocasionado un daño a alguien– es no mirar al pasado, olvidarse de él. Sin lugar a duda, Chile ocasionó un enorme daño a Bolivia al privarle de su acceso al mar. Con todo respeto al señor cónsul Canelas, el no querer mirar ese pasado de oprobio no es ciertamente la mejor forma de “ampliar las confianzas mutuas”. El tener la voluntad de repararlo es otra cosa.