domingo, 30 de enero de 2011

diplomático versado en derecho internacional el autor reclama templanza y sindéresis en el tratamiento del tema Chile y nuestro derecho al Mar.


Eran tiempos en que el dirigente Evo Morales había triunfado en las elecciones y se convertía en presidente de la República. Eran épocas de expectativa, era la alborada del cambio… inclusive de la política exterior. Alguien le hizo una pregunta e, intuitivamente, dijo algo que —debo confesarlo— me gustó mucho y que, de alguna manera, marcó un rumbo diferente al tratamiento de este tema: “Yo soy muy optimista, pero del tema del mar no se habla, se hace. Y lo haremos con perfil bajo para satisfacer los deseos, esas ansias de justicia que piden nuestros pueblos y que también está en Chile”. En seis años, mucha agua ha pasado bajo el puente. El tema marítimo ingresó en la agenda bilateral y, dizque, se construyó una confianza mutua entre los dos países. El tercero, como siempre, nos puso una zancadilla acudiendo a La Haya para resolver una pretensión de límites marinos que, sin lugar a dudas, afectará nuestros derechos expectaticios, de salir airosa su demanda. Cónsules bolivianos, con diversos pedigrís, se designaron y se cambiaron, algunos más locuaces que otros. Todos, sin embargo, queriendo emular a aquel señor que dijo que traía el mar en la carpeta. Cónsules chilenos también vinieron y se fueron. Todos, no obstante, con una estrategia cargada de lisonjas destinada a sustentar una inacabable construcción de confianza mutua. Hasta que llegó el señor Piñera que, como buen empresario, puso las cosas en la perspectiva pragmática de rayar la cancha con aquello de que la soberanía no se negocia. De frente y sin tapujos, exteriorizó algo que los chilenos siempre tenían en mente y que nuestra actual Cancillería, dentro de su improvisado orgasmo triunfalista, no percibía. Pensaban que la confianza mutua iba a solucionarlo todo, olvidando que todos, especialmente Chile, también Bolivia, tienen sus intereses que deben ser cotejados dentro de una nueva racionalidad política que contemple soluciones factibles y necesariamente aceptables a ambas partes. Existe la impresión que la realidad abrumó a los administradores de nuestra política exterior. Iniciaron un estéril zigzagueo de aproximación errática a Chile y a Perú. Con poco tino y desconocimiento de la visión de perspectiva que deben tener los planificadores y ejecutores de política exterior, exhibieron como gran trofeo nuevos convenios sobre Ilo, que están durmiendo el sueño de los justos en el Congreso peruano y que, por tanto, no tienen vigencia alguna. Broma o no, una superflua alusión sobre Atacama, ahora ha despertado las iras desde Piñera —que recalcó que él sí hablaba en serio y no en broma señalando que “Atacama es y será siempre de Chile”— hasta parlamentarios que, con dureza, descalifican a nuestro Presidente, concluyendo que le habría “traicionado su conciencia”. Pareciera que a la luna de miel con Chile se le añadió innecesariamente una pizca de hiel, y el artificial matrimonio atraviesa su primera gran crisis. La conducción de la política exterior es algo serio; se manejan los intereses permanentes del país. Si se critica a gobiernos anteriores por su manejo light de nuestra política exterior, no se puede seguir el mismo camino con el principal tema de nuestra agenda externa. Este último episodio es una demostración de ausencia de dominio de impulsos y pasiones, requisitos esenciales en el relacionamiento entre Estados y también de carencia de capacidad de emitir juicios sensatos y positivos que deben caracterizar a quienes toman decisiones sobre política exterior. Es preciso retomar el rumbo inicial que preconizó el presidente Morales. Es tiempo de que se actúe con templanza y sindéresis porque del tema del mar no sólo se habla, se hace. Abogado internacionalista
Fernando Salazar Paredes

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