domingo, 31 de octubre de 2010

la firmeza del planteamiento ideológico de Mesa merece una lectura práctica del gobierno ahora que Perú ha dado un paso positivo en el tema del MAR.

Le toca mover ficha a Chile. Por lo pronto, el encuentro Morales-García no ha caído bien en Santiago. Es que descoloca lo que parecía un juego perfecto en el que La Moneda manejaba, por primera vez desde 1879, todos los hilos con Bolivia

Por fin, casi cinco años después de haber comenzado su gestión, el Gobierno comienza a entender la importancia de las políticas de Estado. La más importante, la referida al tema marítimo. Como tal debió ser tratada desde 1879 y, contra la opinión generalizada, hasta 2005 se asumió casi siempre como cuestión de Estado.

Era obvio que Bolivia no podía desarrollar una política bilateral positiva con Chile cuya argamasa fuera una pésima relación con el Perú. Menos aún si la base de esa “luna de miel” eran las buenas palabras de la presidenta Bachelet, los vítores recibidos por Morales en el Estadio Nacional de Santiago y la retórica vacía de la “diplomacia de los pueblos”.

Cualquier tratamiento de la cuestión debe partir de una certeza, no existe posibilidad alguna de mirar el pasado, enfrentar el presente y proponer el futuro sin contar con tres protagonistas, no con dos ni con uno, con tres: Bolivia, Perú y Chile. Por múltiples razones geográficas, históricas y demográficas, las tres naciones están indisolublemente ligadas y, en lo que toca a la región en la que están sus áreas directas de influencia y su desarrollo interno equilibrado e integral, están destinadas a construir el futuro juntas. Pero, no nos engañemos, para lograrlo, la injusta mediterraneidad boliviana requiere de una solución definitiva. La palabra “definitiva” pasa por la necesidad de cumplir lo más importante, que los tres pueblos acepten que esa hipotética solución cierra para siempre una herida de la historia aún abierta. Muy probablemente esa solución no será plenamente satisfactoria y dejará más o menos descontentos a todos, pero a la vez dejará a todos convencidos de que será lo posible, lo razonable, lo que cada país pueda de buena fe hacer para conseguirla. El discurso de que no se debe encarar el siglo XXI con ojos del siglo XIX es retóricamente rentable pero objetivamente mentiroso. La única forma de mirar este siglo con realismo es entendiendo que lo que hay que resolver es un problema generado en el siglo XIX y que, se diga lo que se diga, ése es el nudo gordiano a superar. Otra cosa es que las soluciones que se pongan sobre la mesa de discusión estén adecuadas a este tiempo, lo que no quiere decir que, a título de realismo y pragmatismo, se pretenda zanjar el asunto vendiéndonos espejitos de colores.

Los presidentes Morales y García han dado un paso que no hace otra cosa que colocar a los tres jugadores donde estuvieron antes de que los insultos, los adjetivos innecesarios y las pataletas de diverso tono, los desacomodaran. Los avances entre Bolivia y Perú logrados en 1992 por Jaime Paz Zamora y Alberto Fujimori, a los que contribuimos en 2004 con el presidente Toledo, se han recuperado, profundizado y mejorado. Hay que celebrar que así haya ocurrido. Toca ahora –a tenor de los ríos de tinta que ha provocado este nuevo acuerdo en Chile– reiniciar una estrategia en la que Bolivia administre con moderación e inteligencia sus vínculos con Santiago. Morales tiene un diálogo fluido y aparentemente abierto y bien intencionado con su colega Piñera. Del abrazo de Charaña a esta parte nunca las relaciones entre ambas naciones estuvieron mejor. Bolivia debe mantener esa línea abierta y avanzar sin reticencias en los nutridos temas de agenda bilateral, salvo en dos asuntos que tras el significativo acercamiento con Lima han recuperado jerarquía, Silala y el mar.

Es inaceptable llegar a un acuerdo con Chile sobre el supuesto del reconocimiento de que las aguas del Silala son parte de un río con un curso de aguas sucesivas, y menos creer que recibir unos millones de dólares como “pago” no retroactivo por su uso es un buen negocio.

Con esa lógica, también el Tratado de 1904 debía aceptarse como un buen negocio. Ese razonamiento es pedestre y ratifica, cuando menos, desconocimiento de lo que es una estrategia internacional en un grave diferendo por cuestiones de principio, de fondo y de forma.

En cuanto al mar, Bolivia debe, una vez repuesta su política de Estado, volver al razonamiento de que para nosotros no hay escenarios limitados ni de tratamiento ni de negociación, valen pues el multilateral, el bilateral y el trilateral. Este último es probablemente el más importante y sin duda imprescindible. En lo inmediato, se debe poner más atención y recibir una adecuada y fluida información sobre la controversia chileno-peruana por aguas territoriales en la zona que nos afecta. Además, se debe actuar para aprovechar –ahora sí realmente– las ventajas que ofrece Perú en Ilo.

Le toca mover ficha a Chile. Por lo pronto, el encuentro Morales-García no ha caído bien en Santiago. Es que descoloca lo que parecía un juego perfecto en el que La Moneda manejaba, por primera vez desde 1879, todos los hilos con Bolivia.

El futuro pasa por La Paz, Santiago y Lima de modo simultáneo e inexcusable. El día en el que los gobernantes de los tres países se sienten a discutir la solución será el primer día en el que se pueda creer en un acuerdo posible. Mientras eso ocurra, debemos aplaudir el paso dado, la recuperación de una política de Estado por parte de nuestro Gobierno.
Subrayo dos nombres: David Choquehuanca y Manuel Rodríguez.

El autor fue Presidente de Bolivia

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