De aquí al próximo lustro hay dos caminos entre Bolivia y Chile; La Haya y una negociación bilateral que se haga en el ínterin. ¿Es el segundo camino una ingenuidad? No, es una opción práctica e inteligente que ambas naciones debieran ensayar una vez más, a pesar –o precisamente por– el juicio.
Superficie y profundidad. El fallo y sus consecuencias jurídicas, el impacto psicológico sobre los concernidos, la percepción de opinión pública. La celebración de la victoria, las preguntas sobre la derrota...
Se pueden hacer muchas consideraciones a propósito de la naturaleza y dimensión exacta del litigio peruano-chileno, sobre la mayor o menor gravedad del fallo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ), sobre sus efectos reales… sí, pero, como en la guerra, en un juicio las partes buscan que sus razones sean escuchadas y aceptadas por el tribunal con el objetivo de favorecer su causa, es decir de ganar al otro litigante. Es pues una cuestión de ganar o perder.
A nadie se le escapa, más allá de los matices, que Perú ganó la batalla jurídica en La Haya por mucho que los jueces hayan hecho lo posible porque la nación perdedora, Chile, preserve un espacio de soberanía plena en su mar territorial adyacente (12 millas). Para ello mantuvieron la línea paralela que da continuidad a la frontera con el Perú (línea de la Concordia) y una zona económica exclusiva con el mismo trazo sólo sobre 68 millas hasta sumar un total de 80. A partir de ese punto, la CIJ reconoció plenamente la demanda peruana trazando una línea perpendicular que le otorga a Perú una zona económica exclusiva de 22.000 km2 y una proyección adicional de otros 30.000 km2. Con su decisión la Corte se guardó no modificar la proyección del mar territorial de Chile, sin duda el punto más sensible, porque afecta a la soberanía directa de las naciones litigantes (es allí donde la CIJ prefirió no meterse en honduras).
A efectos del interés de Bolivia, la sentencia nos permite subrayar la complejidad del término soberanía, pues si bien es verdad que Chile no perdió territorio continental ni mar territorial, sí perdió un espacio marítimo en el que ejercía un tipo de soberanía muy importante, la económica. El término Zona Económica Exclusiva se refiere a ello. Como suele ocurrir con los espacios geográficos en disputa, lo que está en juego son intereses económicos, en este caso la gran riqueza pesquera que ese triángulo tiene. Ese espacio es hoy peruano. El pequeño gran detalle es que la idea de pérdida territorial trasciende la soberanía clásica, concebida exclusivamente en la superficie terrestre. Visto así Chile perdió entre 20.000 y 50.000 km. de una zona marítima en la que de hecho ejercía una forma de soberanía. El consuelo cínico de algunos chilenos podría ser que el precio pagado por todo el territorio que le arrebataron al Perú en la Guerra del Pacífico es más que modesto.
Para Perú, pero sobre todo para Bolivia, se pone en evidencia una realidad que parecía un axioma inamovible; que la política exterior chilena ni es perfecta ni es invencible. Un país que en pleno siglo XXI enfrenta juicios internacionales con dos de sus tres vecinos, tiene una lectura cuando menos cuestionable de su vinculación geográfica inmediata. Mientras hace efectiva su inserción en la globalización traducida en un rosario de acuerdos bilaterales con decenas de países del mundo, sigue bloqueando con Bolivia las posibilidades de un desarrollo armónico y de beneficio mutuo.
El fallo, adicionalmente, debe plantear a los gobiernos chilenos algo que recibirán de su propia opinión pública, una sensación de agotamiento, no sólo sobre la esencia misma de su enfoque en las relaciones con sus vecinos, sino especialmente sobre el imperativo de terminar de una vez y para siempre con esos conflictos centenarios. Lo ocurrido con Perú es eso, el cierre -aparentemente definitivo- de una página traumática y dolorosa vinculada al pasado común. ¿Hasta cuándo Bolivia? Es la pregunta consecuente para nuestro vecino del sur.
La Haya le ha demostrado a Chile que no hay nada escrito en piedra, que no es verdad que no se puede tocar ni se tocará un solo centímetro de su territorio, y que la solución de sus controversias cuesta incalculablemente menos que su vigencia.
En ese contexto, hay una premisa básica que no debemos cansarnos de recordar. No existe posibilidad alguna de cerrar la página boliviana sin incluir la palabra soberanía plena en el acuerdo. Y conviene apuntar, para quienes tienen memoria frágil, que Bolivia no exige la restitución del territorio cercenado, sino menos del 3 por ciento de los 120.000 km2 de superficie y los 400 km lineales de costa que poseía. Si nos atenemos al fallo en cuestión y recurrimos otra vez al eventual cinismo que podrían ensayar determinados sectores de Chile, el precio a pagar justificaría sobradamente lo ganado con el guano, el salitre y el cobre que –frase hecha pero muy ilustrativa- fue y sigue siendo el sueldo de Chile.
De aquí al próximo lustro hay dos caminos entre Bolivia y Chile; La Haya y una negociación bilateral que se haga en el ínterin. ¿Es el segundo camino una ingenuidad? No, es una opción práctica e inteligente que ambas naciones debieran ensayar una vez más, a pesar –o precisamente por¬– el juicio.