domingo, 4 de octubre de 2015

el articulista no se ahorra elogios para destacar la figura de Carlos Mesa, de quién nadie podría decir que no es un patriota, se ha preocupado de buscar un buen andamiaje en el campo de la lógica y la historia, para armar la estructura que convenció a la Corte de Justicia sobre las razones de Bolivia para exigir un diálogo serio, constructivo y justo conmiras a la salida al MAR que persigue Bolivia desde el mismo dia del asalto armado a nuestro Litoral Marítimo.

Ensalzar a Carlos Mesa no tiene ya mucho chiste ni me valdrá el premio a la columna más original del mes –al que usualmente aspira María Galindo en Página 7, con más denuedos y tenacidad–, luego del aluvión de aclamaciones que suscitó la entrevista a Mesa en TVN Chile.
Pero sería de envidiosos no reseñar los talentos de Carlos Mesa, su conocimiento, altura y garbo, expuestos ante la teleaudiencia chilena esta semana. De paso, en esa entrevista el país redescubrió ideales abandonados y se topó con las señas de un lenguaje político distinto. Gratifica ocuparse de estas cuestiones, en vez de las bravatas de tanto postulante local a hombre fuerte, pero de cómic.
En primer lugar, acertaron el Gobierno y Mesa al rehuir la tentación de una visita a Chile como la anunciada hace meses. Con la invitación de la TV chilena a Carlos Mesa, nadie pudo acusar –en Santiago o en el mundo– una torva intención de provocar a Chile con una exhibición de artes marciales, verbales o físicas. Parece trivial, pero no desafiar sin sentido no es para ser buenos chicos. Es para probar que la causa boliviana se defiende sola, sin mala leche. Y si se pretende negociar con Chile algún día, tampoco interesa enajenar a su opinión pública, sino inducirla a repensar. Esta veta fue entreabierta en la entrevista a Carlos Mesa.
Sin darse cuenta, con Mesa en Santiago el país también rememoró el ideal del patricio ilustrado. Para comparar, Evo Morales es de la estirpe popular, con su arquetipo del macho inexpugnable, heroico y rústico. Y García Linera ha hipotecado la irradiación de intelectual radical schick por la imagen del hombre de poder. En cambio, Mesa expresa los sueños –hasta conservadores– de las clases medias bolivianas, ansiosas por formar a los suyos en el prestigio del saber. Ese paradigma resucitó sin complejos en el desempeño de Mesa y en la reacción que originó.
En Chile, Carlos Mesa dio otra vez vida al arte público de retórica, ideas y gestualidad, desmintiendo a nuestros maestros del Realpolitik de choripan, para quienes en política sólo rinde ser marrullero o práctico. De un puesto significativo, pero relegado a la cuestión marítima, Mesa ha hecho una palestra. Que las virtudes personales no sean suficientes para manejar el poder es algo que Mesa sabe por agria experiencia, pero eso no quita la lección que presenciamos.
Mesa también hizo señas de un discurso post-opositor. Él ponderó el papel –esa obstinada voluntad– de Evo en la demanda marítima, de una forma que un opositor severo dudaría, calculando el electorado a perder. Pero ni la oposición más áspera se animó a cobrarle a Mesa ese gesto.
A la vez, en Chile Carlos Mesa tradujo su opinión adversa a la reelección de Evo, en el único momento en el que zigzagueó por no prever ese obvio flanco débil, usado por el periodista chileno –convertido ya en polemista– para evitar la rechifla de su audiencia (no ha de ser fácil entrevistar a un chúcaro como Mesa en apronte; su entrevistador no era malo, pero carecía del barniz intelectual para lidiar con el expresidente). Ya en Bolivia, Mesa ratificó su censura a la reelección, para molestia de los perdidos –del MAS– en la política pequeña y servicial.
Mesa perfiló así otra senda, que se permite apreciar los éxitos del Gobierno sin callar su crítica al oficialismo monopolista. El riesgo de esa postura es el equilibrismo, pero aun así refresca. Tiene el mérito de trascender la intragable dieta discursiva a que estamos sometidos: “el Gobierno hace todo bien/el Gobierno hace todo mal”. De esas construcciones verbales nuevas, que se arriesguen a dejar las trajinadas trincheras, se armarán las coaliciones políticas del futuro.
Fue una ocasión para reconocer a un personaje de nuestra vida pública. El país lo ha visto crecer, destacar, consentirse, atinar, equivocarse y volver a brillar. De este tiempo quedarán pocos en la memoria nacional; Evo y Carlos Mesa entre ellos. Y tal parece, como apuntaba un ojo de águila, que aún no podemos juzgar cuál será el lugar de su relevancia final.

domingo, 27 de septiembre de 2015

el texto de Carlos Mesa es fundamental para juzgar lo acontecido en La Haya hasta la fecha. Chile ha empezado una campaña de desinformación tratando de "achicar" el alcance del pronunciamiento de la Corte Internacional de Justicia. los tres puntos que aduce Mesa estabilidad de fronteras, el Tratado no ha resuelto los temas plendientes y terceo que los méritos de argumentación boliviana ratifica que los actos (entre Bolivia y Chile) generan hechos que hacen exigible ante una Corte. Veamos.

“La Corte rechaza la objeción preliminar interpuesta por la República de Chile por 14 votos contra dos”. “Declara que tiene jurisdicción, sobre la base del Artículo XXXI del Pacto de Bogotá, para conocer la solicitud presentada por el Estado Plurinacional de Bolivia”.
Este fallo hecho público el 24 de septiembre de 2015 se ha convertido en uno de los hechos más importantes de la compleja historia de las relaciones bilaterales entre Bolivia y Chile, desde que en 1836 Chile le declaró la guerra a la Confederación Perú-Boliviana presidida por Andrés Santa Cruz.
La decisión de la CIJ es trascendente no solamente porque marca un incuestionable triunfo jurídico de Bolivia sobre Chile, sino porque establece algunas precisiones de la mayor importancia para el desarrollo futuro del fondo de la demanda boliviana, que está ya en plena ejecución.
Chile equivocó el camino, no sólo al plantear una innecesaria Demanda Preliminar de Incompetencia, sino sobre todo al apoyar su argumentación en la defensa del carácter “sagrado” del Tratado de 1904. Adicionalmente, descargó casi toda su artillería jurídica en esta fase de antejuicio. El resultado fue categórico. Para empezar la declaratoria inequívoca de competencia por parte de la Corte, pero sobre todo, por algunas consideraciones en el texto del fallo que marcan un antes y un después en la historia de nuestro diferendo.
Primero: la CIJ ratifica que la demanda boliviana no está basada ni directa ni indirectamente en el Tratado de 1904, lo que no sólo reconoce la veracidad de nuestra argumentación, sino que desbarata el supuesto riesgo para la comunidad internacional de que si la CIJ fallara a favor de Bolivia, se pondría en riesgo la estabilidad de fronteras en el mundo, basada precisamente en el respeto a los Tratados.
Segundo: por primera vez en nuestra historia bilateral un organismo internacional de esa jerarquía afirma que, contra las reiteradas aseveraciones de Chile, el Tratado no ha resuelto ni cerrado los temas pendientes entre ambos países (léase la mediterraneidad forzada de Bolivia). No sólo eso, le recuerda a Chile que sí hay un tema pendiente que debe resolverse. El Tratado tiene el lugar que le corresponde, pero deja de ser el alfa y el omega de nuestra relación. Termina así definitivamente la afirmación chilena de que “no hay ningún problema pendiente entre ambos países”.
Tercero: La CIJ reconoce los méritos jurídicos de la argumentación boliviana al ratificar que los actos diplomáticos y las negociaciones entre Estados (Actos Unilaterales de los Estados) generan hechos jurídicos cuyo incumplimiento es exigible ante una Corte. Este reconocimiento es de la mayor importancia, porque subraya no sólo la solidez de nuestra demanda, sino que hace muy difícil para Chile demostrar que esos actos no tuvieron valor de tales, o que no pueden ser considerados como compromisos firmes jurídicamente demandables.
Ante la derrota sufrida por Santiago, sus autoridades, juristas y periodistas han intentado demostrar que Chile obtuvo una pequeña “victoria” en una de las partes del fallo de la CIJ, aquella que dice: “incluso asumiendo que la Corte vaya a encontrar la existencia de dicha obligación (de Chile de negociar con Bolivia), la Corte no podría predeterminar el resultado de ninguna negociación que se lleve a cabo como consecuencia de dicha obligación”. La lectura chilena es notable. El Agente de ese país, Felipe Bulnes, dijo que la Corte ha “mutado” la naturaleza del juicio. ¿En qué consistiría tal mutación? En que la Corte –según esa lectura-- ha limitado el alcance de su fallo y sólo va a considerar la primera parte de la demanda, aquella que establece la obligación de negociar por parte de Chile, pero no la de otorgarle, como consecuencia de esa negociación, un acceso soberano al mar. Ninguna Corte puede decidir arbitrariamente modificar el contenido de una demanda, puede fallar a favor o en contra de ella, pero no limitar su esencia jurídica y menos su contenido antes del comienzo del proceso. Sobre esa premisa fundamental está claro que la CIJ se refiere a una cuestión evidente, adelanta que no puede predeterminar las características específicas y de detalle que sobrevendría como resultado de la negociación entre ambos países referida exclusivamente a un objetivo, el acceso soberano al mar para Bolivia, no otra cosa.
É.ste es un primer paso, pero un primer paso que ha consolidado el valor incuestionable de afirmaciones históricas de Bolivia, a partir de consideraciones categóricas del máximo tribunal internacional de justicia. El largo camino que aún queda no estará exento de dificultades, pero la solidez de nuestros argumentos y la clara vocación de haber definido esta causa como una política de Estado trabajada por un equipo compacto y con una única meta, nos permite ser optimistas en cuanto al resultado que todos los bolivianos esperamos.