viernes, 12 de noviembre de 2010

Cayetano Llovet está acertado cuando refiere que "soncuentos" los que nos cuentan Chile y Perú, para distraer la perdiz y alimentar nuestra ingenuidad


Chilenos y peruanos nos cuentan cuentos. Y se divierten con la solemnidad y persistencia con las que los bolivianos nos tomamos el asunto. Y hablar de “los bolivianos” es una forma de decir, porque la mayor parte no tiene la menor idea de la tal salida al mar y menos de los milagros que ocurrirían el día que mojemos los pies en el Pacífico. Y que alguien dude de que los males de Bolivia se deben a la falta de salida al mar produce una cierta sensación de profanación y casi el peligro de traición a la Patria.

Chile, con una Cancillería potente, coherente y, sobre todo, expresiva de políticas de Estado, nos ha vendido todos los discursos posibles e imaginables. Su propósito ha sido simple: evitar que Bolivia siga siendo una piedra en el zapato chileno en los foros internacionales: definir la bilateralidad de la discusión y mostrarse amable y hasta coqueto con Bolivia. En las presidencias de Bachelet y Evo, Chile y Bolivia parecían dos enamorados instalados en su arrobo sentimental: homenajes militares de Chile a Eduardo Avaroa, intercambio de información militar -¡son potencias militares equivalentes!-, y hasta la caricatura del Comandante de la aristocrática Armada de Chile disfrazado de Kallawuaya remando una lancha de totora en el lago Titicaca. De mar, ¡naranjas!

Perú, con enorme habilidad desbarató todo. El nuevo embajador en Bolivia, Manuel Rodríguez, ex Canciller de Perú, conocido como el “Halcón de Torre Tagle”, impulsor del diferendo marítimo con Chile, profesional al fin, hace el acto de magia y saca un conejo de la chistera. Ni siquiera un conejo nuevo y joven, sino uno viejo, despelucado y sin chiste: Ilo, un puerto deshechado e inútil por muchos años, inventado como carta demagógica por Jaime Paz y Alberto Fujimori en 1992. Y logra el milagro: Alan García y Evo Morales, olvidan sus constantes agresiones, insultos e ironías, se tragan su mutua e indisimulable antipatía y los peruanos vuelven a ser los buenos de la película. Chile acusa el golpe y entra en la histeria del concurso para quedar bien: desde la propuesta de referéndum de Longueira, hasta el regalo de mar de Jodorowky. Chilenos y peruanos compiten en su amor por Bolivia… ¡faltan la música y los versos!

Bolivia, el tercero en cuestión, sigue siendo el chiquito ansioso que va escuchando los cuentos de chilenos y peruanos. A diferencia de Santiago y Lima, nuestra cancillería ha sido el modelo continuado de ineptitud, ineficacia y de falta de imaginación. Nuestros cancilleres, diplomáticos de visiones pueblerinas con pretensiones de Metternich, han bordado la grandilocuencia y el ridículo con la misma facilidad en años y gestiones diferentes, creyendo los cuentos chilenos y peruanos.

Pero, ¿el que nos contamos nosotros? Porque durante años y años hemos crecido en el convencimiento de que si se produce el milagro de la salida al mar, poco menos que nos convertiremos en una potencia universal. Nuestra flotas mercantes surcarán los mares, nuestra Fuerza Naval dejará su escuela en una colina seca de La Paz para hacer sus maniobras en alta mar, los productos de nuestra pujante industria llegarán a otros puertos del Pacífico que siguen esperando nuestros minerales, nuestro gas que nunca se terminará, y ahora el litio que convertirá a Bolivia en la referencia de las nuevas revoluciones tecnológicas en el mundo.

Tiene que ser muy bueno el cuento para que llevemos generaciones y generaciones creyéndolo y perfeccionándolo. Y está muy bien, porque… ¿qué haríamos en Bolivia sin demagogia y sin cuentos?

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