Las lecciones de Charaña
Demetrio Reynolds*
Lo que aún es pregunta, puede considerarse como una lección. Esta deja de ser tal cuando ya tiene respuesta. Si los docentes enseñaran a preguntar y a buscar respuestas nuevas, sería una revolución pedagógica. Las respuestas “enlatadas” son poco estimulantes para el aprendizaje, no incentivan la curiosidad ni ejercitan el razonamiento.
Bolivia no ha querido o no ha podido aprender las lecciones de Charaña; de lo contrario, no se hubiera reincidido en errores de 1975, como la agenda de los 13 puntos y la recurrencia a La Haya. No se estudió con meticulosa perspicacia los antecedentes y las condiciones que llevaron al fracaso. El tema continúa siendo actual y es todavía un desafío sin respuesta.
Nunca estuvo mejor motivado Chile para atender la demanda marítima de Bolivia como con Pinochet. Después de derrocar a Salvador Allende en 1973, un virtual cerco de soledad le rodeaba al dictador, por eso fue él quien solicitó la entrevista. Las relaciones diplomáticas estaban interrumpidas por el desvío unilateral del río Lauca, pero estaba en vigor el “Plan Cóndor” que facilitó el acercamiento entre dictadores e hizo menos escabroso el tratamiento del tema marítimo.
La palabra “soberanía” marca la única opción posible: un corredor al norte de Arica. Tras el abrazo de Charaña ambos, Chile y Bolivia, dirigieron su esfuerzo hacia ese punto. Corrijamos un poco, fue solo Chile.
Con motivo del sesquicentenario, Bolivia estaba más interesada en un mensaje donde se hablara del mar para afianzar la permanencia de Banzer en el poder. De ahí que el embajador Gutiérrez Vea Murguía se apresurara en declarar: “Bolivia ya tiene su mar”, cuando lo único efectivo fue la reanudación de las relaciones diplomáticas, que es lo que buscaba Pinochet.
De ser exitoso el intento de Charaña, Chile hubiera ganado por doble partida: resolvía el asunto del mar con Bolivia, y se cubría las espaldas con el Perú. Pero no dependía el resultado solo de Santiago. En sujeción al Protocolo Complementario del tratado de 1929, Chile estaba obligado a recabar anuencia del Perú. La contrapropuesta peruana de establecer en torno al corredor una soberanía tripartita, que Chile rechazó de plano, condenó el intento al fracaso. Esa es la historia del candado y la llave.
¿Por qué Perú no quiere desprenderse de Arica? El efecto que le dejó la derrota es de tipo moral. A través del tratado de referencia, demuestra no querer renunciar a la “provincia cautiva” y alienta la esperanza de recuperarla. Sólo Bolivia cometió el desatino de entregar en bandeja –y por un plato de lentejas, como se dice- todo el Litoral. Ismael Montes es el principal responsable.
Junto a “soberanía” la otra palabra clave es “confianza”. Después de liquidar con torpeza a esta última, se fue a buscar diálogo hasta Holanda. Ahora tomaron la posta los abogados, pero una cosa es definitiva: sin el Perú no hay solución posible. El fallo de la CIJ, así sea favorable, puede ser la crónica de otro fracaso anunciado.
*Escritor, miembro del PEN Bolivia
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